¡LAS CALLECITAS DE SANTIAGO TIENEN ESE QUE SE YO…VISTE!
Víctor Rey
No podemos negar que los seres humanos somos hoy más que
nunca seres urbanos. Tenemos una
relación de amor y odio con las ciudades donde vivimos. Creo que una de las cuestiones que nos ha
planteado la globalización es el tema de la ciudad. De alguna manera ahora somos más ciudadanos
que antes al estar en crisis el paradigma de los países y a la debilidad de las
fronteras que los marcaban tan fuerte hace algunos años. Hemos comenzado a amar más nuestras ciudades
y a identificarnos más con ellas. De
alguna manera rescatamos la herencia hebrea y griega que nos ha influenciado
por tanto tiempo y recordamos por ejemplo a Sócrates a quién se le da la
oportunidad de conmutarle su sentencia a muerte bebiendo la cicuta por irse,
exilarse de Atenas. El responde con una
pregunta: ¿Qué puedo hacer sin Atenas?
También viene a mi mente ese texto del Salmo 122:1-3. “Yo me alegro cuando me dicen: “Vamos a la
casa del Señor”. Jerusalén, ya nuestros
pies se han plantado ante tus portones. ¡Jerusalén, ciudad edificada para que
en ella todos se congreguen! En los
círculos cristianos este texto se ha interpretado como la alegría de ir al
templo o a la iglesia, pero el énfasis del texto está puesto en la ciudad. De alguna manera la ciudad es la casa común
de todos.
He tenido la oportunidad de vivir en varias ciudades: Santiago,
Concepción, Valparaíso, en Chile;
Lovaina La Nueva, Bruselas en Bélgica; Birmigham en Inglaterra, Quito en
Ecuador y Buenos Aires y Mar del Plata en Argentina. También he conocido ciudades que me han
impresionado por su belleza, historia y su gente: París, Amsterdam, Oxford, Londres,
Berlín, Nueva Dheli, Ciudad del Cabo, La Habana, Bogotá, Brasilia, Mar del
Plata, entre otras. Un amigo me dijo que
las ciudades son libros que se leen con los pies. Personalmente cuando estoy en una nueva ciudad
me gusta conocerla, caminando. Como decía Antonio Machado: “Caminante, son tus
huellas el camino y nada más; caminante no hay camino, se hace camino al andar
y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a
pisar. Caminante no hay caminos, sino
estelas en la mar”.
Nací en Santiago de Chile y he visto cómo ha evolucionado
esta ciudad que según los expertos se ha vuelto líder para hacer negocios pero
carentes de íconos. Cuando a inicios de
2011 el diario The New York Times declaró a Santiago como el principal lugar de
interés para visitar en el mundo, muchos se sorprendieron. La capital chilena suele resaltar en ranking
de calidad urbana o de competitividad económica a nivel latinoamericano, sin
embargo, palidece al momento de competir con Buenos Aires o Rio de Janeiro como
destino turístico.
Justamente ésa es una de las mayores debilidades de la
capital chilena, detectada en el primer estudio que la desmenuza y compara con
otras ciudades de la región para establecer sus fortalezas y debilidades como
metrópoli de clase mundial. Los
resultados son elocuentes. “Hay un claro
reconocimiento del funcionamiento de la ciudad en general, fundamentalmente en
infraestructura, calidad de vida u oportunidades, pero también se reconocen
ciertas carencias que se están haciendo críticas, como la segregación social y
la falta de proyecto o visión concordado de cómo entendemos la ciudad y hacia
dónde se puede encaminar”, nos dice el referido estudio.
En el análisis se identifica el éxito de Chile como país
competitivo y global pero según los autores, Santiago sólo ha crecido por
efecto de ese auge. “La ciudad debiese
ser la locomotora de ese fenómeno, no un carro más. El avance del país y su capital va a ritmos
distintos”, agrega.
No es la única debilidad.
Los expertos sostienen que pese a símbolos como la cordillera, el cerro
San Cristóbal, la cercanía a los centros de esquí, viñas y la costa, Santiago
no tiene una imagen urbana bien identificable y atractiva. Buenos Aires tiene el
tango, Rio de Janeiro el Cristo Redentor y las playas, pero Santiago no es
claramente identificable. Una vez vi en Brasil un aviso que decía “Visite
Santiago y sus malls”. Pero la ciudad es
más que un centro de compras. La idea es
superar la expresión del “Santiasco”, y que los habitantes quieran la ciudad y
así logre ser atractiva para ganar en competitividad.
Podemos decir que el concepto de ciudad proviene del
vocablo latino civitas, que se refería a una comunidad autogobernada. Las
ciudades comenzaron a surgir en el neolítico, en el cuarto milenio A.C., cuando
los grupos de cazadores y recolectores nómadas adoptaron una vida sedentaria y
agrícola.
En los primeros asentamientos se construían las viviendas
dentro de zonas amuralladas o en espacios con defensas naturales. También era
necesario poder disponer de agua, motivo por el cual normalmente se establecían
a la orilla de un río o de una fuente de agua. Estos asentamientos estables
condujeron a la especialización y división del trabajo. Surgieron mercados en
los que los artesanos podían cambiar sus productos por otros diferentes; una
clase religiosa iba apareciendo y contribuía a la vida intelectual. De este
modo las ciudades fueron el lugar adecuado tanto del desarrollo del comercio y
de la industria, como del arte y las ciencias, y desempeñaron una función
esencial en el nacimiento de las grandes civilizaciones.
De esta manera se gestó una vida totalmente sedentaria,
mediante la cual creció la construcción de las chozas más primitivas, de
troncos y estacas de madera; por dentro estaban divididas con estacas o telas
colgadas. A medida que surgían las necesidades, se crearon ventanas, puertas y
escaleras; en otros lugares se utilizaban materiales parecidos en cuanto a
características y propiedades, lo que impulso la construcción de viviendas,
unas junto a otras que permitió generar aldeas, poblados y ciudades,
estimulando la vida en sociedad y el espíritu comunitario y cooperativo.
Los asentamientos de la edad Antigua eran aquellas
primeras ciudades que albergaban a los nómades, convertidos ahora en
sedentarios. Estos grupos de personas se establecían cerca de un río o de
cualquier lugar del que pudiesen extraer agua. Estos asentamientos estables
condujeron a la especialización y división del trabajo; gracias a esto
surgieron mercados en los que los artesanos podían cambiar sus productos por
otros diferentes; una clase religiosa iba apareciendo y contribuía a la vida
intelectual.
De este modo las ciudades fueron el lugar adecuado tanto
para el desarrollo del comercio y de la industria, como del arte y las
ciencias, y desempeñaron una función esencial en el nacimiento de las grandes
civilizaciones
También se ve un claro crecimiento en los conocimientos
de la agricultura y la ganadería, donde siempre existió una rivalidad pese a
que se necesitaban mutuamente. En esta etapa los hombres poseían conocimientos
sobre los periodos de germinación y sobre las estaciones del año, lo que les
facilitaba el trabajo; creando así una idea de la mujer como madre de los hijos
y dedicada a ellos por completo, tanto en el crecimiento como en la educación.