sábado, 29 de agosto de 2020

Ciudades

 Santiago de Chile – CIDEU

¡LAS CALLECITAS DE SANTIAGO TIENEN ESE QUE SE YO…VISTE!

Víctor Rey

 

No podemos negar que los seres humanos somos hoy más que nunca seres urbanos.  Tenemos una relación de amor y odio con las ciudades donde vivimos.  Creo que una de las cuestiones que nos ha planteado la globalización es el tema de la ciudad.  De alguna manera ahora somos más ciudadanos que antes al estar en crisis el paradigma de los países y a la debilidad de las fronteras que los marcaban tan fuerte hace algunos años.  Hemos comenzado a amar más nuestras ciudades y a identificarnos más con ellas.  De alguna manera rescatamos la herencia hebrea y griega que nos ha influenciado por tanto tiempo y recordamos por ejemplo a Sócrates a quién se le da la oportunidad de conmutarle su sentencia a muerte bebiendo la cicuta por irse, exilarse de Atenas.  El responde con una pregunta: ¿Qué puedo hacer sin Atenas?   También viene a mi mente ese texto del Salmo 122:1-3.  “Yo me alegro cuando me dicen: “Vamos a la casa del Señor”.  Jerusalén, ya nuestros pies se han plantado ante tus portones. ¡Jerusalén, ciudad edificada para que en ella todos se congreguen!  En los círculos cristianos este texto se ha interpretado como la alegría de ir al templo o a la iglesia, pero el énfasis del texto está puesto en la ciudad.  De alguna manera la ciudad es la casa común de todos.

He tenido la oportunidad de vivir en varias ciudades: Santiago, Concepción, Valparaíso,  en Chile; Lovaina La Nueva, Bruselas en Bélgica; Birmigham en Inglaterra, Quito en Ecuador y Buenos Aires y Mar del Plata en Argentina.  También he conocido ciudades que me han impresionado por su belleza, historia y su gente: París, Amsterdam, Oxford, Londres, Berlín, Nueva Dheli, Ciudad del Cabo, La Habana, Bogotá, Brasilia, Mar del Plata, entre otras.  Un amigo me dijo que las ciudades son libros que se leen con los pies.  Personalmente cuando estoy en una nueva ciudad me gusta conocerla, caminando. Como decía Antonio Machado: “Caminante, son tus huellas el camino y nada más; caminante no hay camino, se hace camino al andar y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar.  Caminante no hay caminos, sino estelas en la mar”.

Nací en Santiago de Chile y he visto cómo ha evolucionado esta ciudad que según los expertos se ha vuelto líder para hacer negocios pero carentes de íconos.  Cuando a inicios de 2011 el diario The New York Times declaró a Santiago como el principal lugar de interés para visitar en el mundo, muchos se sorprendieron.  La capital chilena suele resaltar en ranking de calidad urbana o de competitividad económica a nivel latinoamericano, sin embargo, palidece al momento de competir con Buenos Aires o Rio de Janeiro como destino turístico.

Justamente ésa es una de las mayores debilidades de la capital chilena, detectada en el primer estudio que la desmenuza y compara con otras ciudades de la región para establecer sus fortalezas y debilidades como metrópoli de clase mundial.  Los resultados son elocuentes.  “Hay un claro reconocimiento del funcionamiento de la ciudad en general, fundamentalmente en infraestructura, calidad de vida u oportunidades, pero también se reconocen ciertas carencias que se están haciendo críticas, como la segregación social y la falta de proyecto o visión concordado de cómo entendemos la ciudad y hacia dónde se puede encaminar”, nos dice el referido estudio.

En el análisis se identifica el éxito de Chile como país competitivo y global pero según los autores, Santiago sólo ha crecido por efecto de ese auge.  “La ciudad debiese ser la locomotora de ese fenómeno, no un carro más.  El avance del país y su capital va a ritmos distintos”, agrega.

No es la única debilidad.  Los expertos sostienen que pese a símbolos como la cordillera, el cerro San Cristóbal, la cercanía a los centros de esquí, viñas y la costa, Santiago no tiene una imagen urbana bien identificable y atractiva. Buenos Aires tiene el tango, Rio de Janeiro el Cristo Redentor y las playas, pero Santiago no es claramente identificable. Una vez vi en Brasil un aviso que decía “Visite Santiago y sus malls”.  Pero la ciudad es más que un centro de compras.  La idea es superar la expresión del “Santiasco”, y que los habitantes quieran la ciudad y así logre ser atractiva para ganar en competitividad.

Podemos decir que el concepto de ciudad proviene del vocablo latino civitas, que se refería a una comunidad autogobernada. Las ciudades comenzaron a surgir en el neolítico, en el cuarto milenio A.C., cuando los grupos de cazadores y recolectores nómadas adoptaron una vida sedentaria y agrícola.

En los primeros asentamientos se construían las viviendas dentro de zonas amuralladas o en espacios con defensas naturales. También era necesario poder disponer de agua, motivo por el cual normalmente se establecían a la orilla de un río o de una fuente de agua. Estos asentamientos estables condujeron a la especialización y división del trabajo. Surgieron mercados en los que los artesanos podían cambiar sus productos por otros diferentes; una clase religiosa iba apareciendo y contribuía a la vida intelectual. De este modo las ciudades fueron el lugar adecuado tanto del desarrollo del comercio y de la industria, como del arte y las ciencias, y desempeñaron una función esencial en el nacimiento de las grandes civilizaciones.

De esta manera se gestó una vida totalmente sedentaria, mediante la cual creció la construcción de las chozas más primitivas, de troncos y estacas de madera; por dentro estaban divididas con estacas o telas colgadas. A medida que surgían las necesidades, se crearon ventanas, puertas y escaleras; en otros lugares se utilizaban materiales parecidos en cuanto a características y propiedades, lo que impulso la construcción de viviendas, unas junto a otras que permitió generar aldeas, poblados y ciudades, estimulando la vida en sociedad y el espíritu comunitario y cooperativo.

Los asentamientos de la edad Antigua eran aquellas primeras ciudades que albergaban a los nómades, convertidos ahora en sedentarios. Estos grupos de personas se establecían cerca de un río o de cualquier lugar del que pudiesen extraer agua. Estos asentamientos estables condujeron a la especialización y división del trabajo; gracias a esto surgieron mercados en los que los artesanos podían cambiar sus productos por otros diferentes; una clase religiosa iba apareciendo y contribuía a la vida intelectual.

De este modo las ciudades fueron el lugar adecuado tanto para el desarrollo del comercio y de la industria, como del arte y las ciencias, y desempeñaron una función esencial en el nacimiento de las grandes civilizaciones

También se ve un claro crecimiento en los conocimientos de la agricultura y la ganadería, donde siempre existió una rivalidad pese a que se necesitaban mutuamente. En esta etapa los hombres poseían conocimientos sobre los periodos de germinación y sobre las estaciones del año, lo que les facilitaba el trabajo; creando así una idea de la mujer como madre de los hijos y dedicada a ellos por completo, tanto en el crecimiento como en la educación.

 

 

 

 

 

viernes, 28 de agosto de 2020

Religión y Espiritualidad

 

Religión / espiritualidad | Espiritualidad, Frases espirituales, Religión

RELIGION Y ESPIRITUALIDAD A LA BUSQUEDA DEL EQUILIBRIO

Víctor Rey



Este es un tiempo muy indicado para reflexionar sobre nuestra persona, demasiado ajetreada en el existir cotidiano arrasada casi siempre por el estrés y otras formas de tensión y opresión que vive el ser humano contemporáneo. El cuerpo pide siempre serenidad y nuestra cultura raras veces se la proporciona. Añadido a esta realidad, otra no menos importante: la religión sigue siendo la cuestión que más preocupa a la gente. Por poner un simple ejemplo: en el popular buscador Google, el término “religión” registra 352 millones de páginas, mientras que la palabra “ciencia”, tiene que conformarse con 60 millones de entradas. La diferencia es notable y obedece a la inquietud que manifestamos por todo aquello que escapa de la explicación racional, a pesar de vivir en plena era de desarrollo científico y tecnológico. ¿Qué está ocurriendo en las culturas religiosas y de la salud para que semejante eclecticismo haya llegado a ser posible?

Con este panorama, se hace necesario comentar sobre la relación entre salud y espiritualidad, entendiendo ésta como una característica exclusiva del ser humano, una necesidad vital que nos empuja a buscar la esencia de la propia vida; es decir, a plantearnos las preguntas metafísicas de todos los tiempos, desde diversas perspectivas (teístas, deístas, agnósticas, ateas).

Para muchos investigadores, la creencia religiosa y la vivencia espiritual guardan un correlato neuronal en algunos sistemas de nuestro cerebro. La deducción es lógica teniendo en cuenta que todos nuestros pensamientos o estados mentales son causados por procesos cerebrales. Pero, ¿podemos afirmar con toda claridad que “todos” nuestros estados mentales son producto del cerebro? La pregunta no es baladí, y ante ella cabe adoptar una prudente cautela. Me refiero, naturalmente, a la conciencia: explicarla sobre una base física es, hoy por hoy, una ingenuidad, porque ni sabemos qué es la conciencia, ni qué procesos mentales la causan de hecho, ni cómo opera para transformar o modificar estados en el propio cerebro.
 

Pero de una cosa sí podemos estar seguros, y es que se trata de un fenómeno único en el universo: la emergencia de la conciencia es el hecho más importante de la evolución, aunque no podamos hablar de ella en términos exclusivamente biológicos, como pretenden algunos filósofos y biólogos, intentado alejarse de posturas dualistas.

Teniendo en cuenta esta prudencia, que en ningún modo pretende disminuir la importancia del planteamiento neurológico, algunos antropólogos  proponen incluso que la conciencia no está restringida al cerebro, sino extendida o codificada en una amplia red simbólica de naturaleza cultural. Son, a la postre, los procesos culturales los causantes de una gran parte de la conciencia. La tesis no es nueva, pues desde la antropología cultural y social se ha venido prestando indudable atención al procesamiento cognitivo de la información sintetizada en el lenguaje empleado, cuyo origen constituye también, otro  enigma.

Así, sabiendo que la conciencia es personal, pero que también cabe la posibilidad de que una parte de ella sea un fenómeno entretejido en la propia red cultural, podemos pensar en nuestra dimensión espiritual, incluso mística, como una propiedad exclusiva de la conciencia.


En definitiva, la esencia del ser humano es una incómoda y tensa  dualidad de tecnología racional y creencia irracional. Todavía somos una especie en transición.

Pero esta especie en transición, este nosotros que ha logrado evolucionar y sobrevivir hasta alcanzar cotas impresionantes de conocimiento, se enfrenta al problema de la conciencia tratando de desmenuzarla en sistemas neuronales, llevando las explicaciones a la escala sub-atómica y cuántica, si es preciso.

Si la espiritualidad es una característica de la conciencia, y ésta se plantea en términos exclusivamente biológicos, podríamos muy bien afirmar que los elementos básicos de la religión están en el propio cerebro. Sin embargo, como hemos visto, la explicación plantea numerosas incógnitas, imposibles de esclarecer por el momento. Es más, la inmensa mayoría de los creyentes, ya sean de tradición monoteísta, ya de tradición deísta, negarían la posibilidad de que su vivencia religiosa sea el producto de un complicado mecanismo neurológico o de una evolución cultural basada en símbolos porque, desde estas perspectivas creyentes, es esa “capa cultural” la que impide el verdadero acceso a la divinidad.

En efecto, si nos atenemos a la investigación científica, determinados procesos cerebrales son causantes de estados alterados de conciencia -lo que no significa que causen la propia conciencia-, tales como las alucinaciones, el trance, la posesión, la visión, algunos tipos de sueño, etc. Dichos estados forman parte en numerosas ocasiones del acervo cultural de una religión o práctica religiosa. Cada tradición da más importancia a unos que a otros, pero todos están insertados en el ser humano. Son parte de nuestra esencia biológica y cultural. De tal forma, cuando el hombre aún no había escenificado la ruptura con la naturaleza y sus ciclos, dichos procesos proporcionaban significados precisos y únicos. Según algunos historiadores de las religiones, las primeras  religiones  fueron de carácter el chamánico, concepto que recoge esos estados alterados de la conciencia.

El progreso de la Humanidad, en su historia de destrucción, y también de construcción, ha ido arrinconando en lo más profundo de la mente la herencia de una conciencia no sometida a la fuerte presión cultural, una conciencia limpia de injertos ideológicos y normas más o menos establecidas. Y nos encontramos ahora despojados, casi desposeídos de una de las propiedades más importantes de nuestra conciencia: ser nosotros mismos, tener nuestra propia identidad, no basada en un número de identificación a efectos fiscales o de control policial. Las religiones, estructuradas en torno a distintas creencias, rituales y normas, constituyen a veces la “capa cultural” que impide la verdadera vivencia de la espiritualidad. Se rompe el equilibrio y la persona navega en aguas sinuosas donde todo viene dado. Surge la duda, el temor, la ansiedad, la rutina y, por ende, la enfermedad. Entonces, esta persona desposeída de su propio capital natural, inmerso en un mundo sofisticado y superficial, acude al psicoterapeuta, al consejero. Necesita reestablecer el equilibrio, encontrar un asidero al que amarrarse sin miedo a la caída y al abandono total.

Podemos decir que estamos antes el renacimiento de una espiritualidad subjetiva y experimental a menudo apoyada en argumentos científicos, que se yergue al mismo tiempo sobre tres críticas cruciales: La crítica al reduccionismo materialista de la biomedicina, la crítica al trascendentismo de las religiones del libro, y la crítica a la fuerte institucionalización de la medicina y de las religiones modernas.